Subí un pequeño escritorio lo bastante pesado y lo acomodé en la pieza, también subí la impresora para que no estuviera arrumbada en el cuarto de lavado y la ubiqué sobre otro mueble más pequeño, para mi había quedado perfecto, un pequeño pero cómodo lugar de estudio, de descanso y de entretenimiento, con un futón listo para ser estirado para cuando llegasen visitas a quedarse.
Hasta ahí todo bien, hasta que llegó. Vió las cajas de los parlantes en el patio y gritó ofuscado que yo le botaría las cosas o se las dejaría en el patio estando a punto de llover, que me había encargado de guardar todas mis cosas mientras las de él seguían en esa caja. Es injusto, esa caja siempre estuvo en la bodega mientras vivíamos en Holanda y no supe nunca que tenía dentro, hasta un día que ordené y sólo recordaba algunas cosas.
Gritó, palabreó, diciendo que sólo ordenaba mis cosas, que tenía un closet entero con mis cosas, para mi mala suerte estaba a la vista sólo la parte que yo ocupo, y recriminó sin ver que en el closet están guardadas todas sus chaquetas, sus cobertores, sus prótesis, 5 computadores y una caja llega de cosas sólo de él, ocupando más del 50% del armario.
No deja hablar, "él" es el dueño de la palabra y lo que "él" piensa es verdad absoluta, nada de lo que yo había pensado en la mañana hacer ni lo que estaba haciendo por ordenar y ver la casa un poco mejor lo percibe.
Me dolió mucho, otra vez las humillaciones, los gritos ( que "él" nunca reconoce, según "él" habla moderado.
No movió ni un dedo para la mudanza, trabajo que hice sóla para guardar todas las cosas, inclusive sus cosas, sólo el día que llegaba el camión se levantó de la cama a sacar las lámparas de los muros.
Gritó por sus parlantes, de los cuales siempre le dije donde estaban cuando preguntaba "en una caja en la bodeja o cuartucho o como le llamara, son dos cajas, en una están los negros, en otra al lado los plomos"; según "él" siempre le dije 'no sé'.
No dejó hablar, y cuando reventé tiré un par de cosas sólo dijo "ya de nuevo con la agresividad".
Me encerré en la pieza, dejando por unos minutos a mis hijos al cuidado de "él", se lo dije, quedate con los niños. Lloré como hace mucho tiempo no lloraba, de manera desconsolada, con rabia, con impotencia, con desilusión, con dolor.
Mientras "él" está encerrado en la pieza que reorganicé para hacer de un lugar diferente pienso en que no quiero hablarle nunca más. "Él" no es mi Andrés, no es la persona de quien alguna vez me enamoré.